teatro de la Antigua Grecia, es la cultura teatral que floreció en la antigua Grecia entre 550 a. C. y 220 a. C., época en que las polis griegas comenzaron a caer bajo dominio romano. El desarrollo del espectáculo se daba en un espacio semicircular al aire libre llamado orchestra, en el que se ejecutaban una gran variedad de espectáculos artísticos (danzas, recitados, y piezas musicales), hasta eventos cívicos y religiosos. Allí se presentaron por primera vez los géneros del drama, la comedia y la tragedia, inspirados principalmente en aspectos de las sociedades, las guerras entre las polis, las guerras médicas, y su conjunto de creencias sobre la mitología griega y los dioses olímpicos. Las construcciones eran sobre territorio plano, y estructuras que permitiesen la acústica (palabra griega ακουστικό, acusticó), que, a diferencia de los teatros actuales, este permitía una visualización a más de 180°, dispuestos para la representación de cantos corales mixtos, interpretaciones musicales, una de cuyas variedades, el llamado ditirambo, fue, el progenitor de la tragedia ática. Todos los grandes teatros se construyeron a cielo abierto.
Mitos rituales y costumbres en el teatro griego[editar]
Independientemente de cuál sea la definición que se le dé a la palabra mito o leyenda, puede entenderse que con ella se designa a una serie de antiguos relatos referidos a los héroes e incluso a los dioses, de los que se narran hazañas espectaculares, y en los que el imaginario colectivo posterior de un pueblo ha creado un conjunto de símbolos culturales. La literatura griega está plagada, desde sus más remotos orígenes homéricos, de personajes y sagas míticas locales; así, suele hablarse del ciclo troyano (en torno al cual se agrupan los principales héroes y familias que participaron en la expedición de la Guerra de Troya: Agamenón, Menelao, Electra, Orestes) y del ciclo tebano (en el que aparecen las figuras de Edipo, Antígona, Eteocles y Polinices, los dioses Dionisio, Zeus y el héroe local Heracles, entre otros).
No obstante, la postura que han mantenido ante el mito los diversos autores de tragedias dista mucho de ser homogénea. En una progresiva evolución, se observa cómo al principio Esquilo se muestra respetuoso y crédulo ante el mito y la religiosidad tradicional, mientras que no muchos años más tarde Eurípides asumirá una crítica revisionista de los personajes míticos y de las antiguas creencias religiosas. Con ello, este último no hacía sino seguir probablemente los pasos de filósofos y pensadores como Jenófanes de Colofón, quien defendía la idea de que los dioses de Homero no eran sino una pura ficción. De otro lado, si hay una característica singular del mito es su anticanonicidad. No existe una única versión de un mito. En todo caso, para los antiguos griegos no estaba tan nítida como para nosotros la contraposición entre mito e historia o entre pensamiento mítico y pensamiento racional. Sin duda, los antiguos griegos creían que Agamenón fue un antiguo rey que, con toda certeza, había acudido a una antiquísima guerra de Troya, y seguían respetando y venerando las tumbas de los «antiguos héroes» a los que continuaban rindiendo culto como criaturas benéficas, incluso después de muertos, para la comunidad. Incluso cabría recordar que el mito es un producto de una sociedad esencialmente oral, un conjunto de relatos que pueden transmitirse en un formato múltiple: como canto, como recitado poético, como representación plástica e iconográfica. El repertorio mítico entronca por otra parte con los rituales religiosos a los que también desde antiguo estuvo vinculado al teatro como parte de una serie de celebraciones o fiestas religiosas insertas en la tradición de antiguos rituales. Para los antiguos griegos, la base de la religión se encuentra más en el ritual y en el conjunto de creencias, y aquí de nuevo la civilización contemporánea se halla alejada de los griegos. La sociedad ateniense estaba más ritualizada que la europea moderna..De otro lado, entre ritual y teatro antiguo existen una serie de enlaces muy sugestivos que interactúan en uno y otro sentido, del ritual al teatro y del teatro al ritual. Estos son los elementos: el ritual de súplica, los rituales funerarios, la purificación o catarsis de la «oración».
En una sociedad primitiva en la que no está institucionalmente asegurada la protección personal, los ritos del suplicante adquieren una extraordinaria importancia. De hecho se interpreta como un abominable acto no proporcionar derecho de acogida a un suplicante o expulsarlo del santuario donde ha buscado asilo. En el teatro abundan las escenas del suplicante que implora el auxilio del poderoso, y es posible que los propios autores de tragedia aprovecharan la existencia de este ritual de súplica porque encontraron en él un mecanismo de enorme impacto escénico y dramático.
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